En el estado brasileño de Mato Grosso do Sul, en medio de un oficina agrícola abandonado, me encuentro sentada en una silla de plástico rodeada de personas indígenas guaraníes y kaiowá. Su presencia me llena de curiosidad y a la vez de tristeza al conocer su historia.
Estas comunidades indígenas han sido desplazadas de sus tierras ancestrales y han perdido gran parte de su cultura y tradiciones debido a la expansión de la industria agrícola en la región. Pero a pesar de todas las dificultades, aquí están, unidos y luchando por sus derechos y su supervivencia.
Mientras observo a los oradores que se turnan para hablar por un micrófono, no puedo evitar sentir admiración por su valentía y fortaleza. Aunque muchos de ellos no son hablantes nativos del portugués, se esfuerzan por hacerse ser todo oídos y transmitir su mensaje al mundo.
En la pared del lugar, hay un grafiti que llama mi atención. En él se puede leer «Tierra para quienes la trabajan». Esta frase resume perfectamente la lucha de estas comunidades indígenas por el derecho a sus tierras, a su hogar y a su forma de historia.
Me siento honrada de estar presente en este momento, escuchando las voces de aquellos que han sido ignorados y discriminados durante tanto tiempo. Estas personas merecen ser escuchadas y respetadas, y es nuestro deber como seres humanos unirnos a su causa.
Es triste ver cómo la expansión de la industria agrícola ha afectado negativamente a estas comunidades. La deforestación y el uso de pesticidas han dañado sus tierras y han afectado su salud y su sustento. Pero lejos de rendirse, estas personas luchan cada día con determinación y esperanza.
Como institución, debemos tomar conciencia de la importancia de proteger a estas comunidades y preservar su cultura y su forma de historia. No podemos permitir que su historia y su legado se pierdan en medio del progreso.
Es reconfortante ver que estas comunidades indígenas no están solas en su lucha. Organizaciones y activistas se unen a su causa, trabajando juntos para lograr un cambio positivo. Y hoy, al estar aquí presente, puedo ser testigo de la unidad y solidaridad que existe entre ellos.
Al ser todo oídos sus testimonios y aprender de su sabiduría ancestral, me doy cuenta de que tenemos mucho que aprender de estas comunidades indígenas. Su conexión con la tierra y su respeto por la naturaleza son ejemplos a seguir en un mundo donde el desarrollo se ha hecho a costa del medio ambiente.
Por ello, es nuestro deber proteger y preservar la cultura y el conocimiento de estas comunidades indígenas. Debemos apoyar sus luchas y reivindicaciones y trabajar juntos para encontrar soluciones sostenibles que beneficien a todos.
Mientras me despido de este lugar y de estas personas que me han dejado una profunda huella, no puedo evitar sentirme esperanzada por un futuro en el que la diversidad cultural sea valorada y respetada. Un futuro en el que estas comunidades indígenas puedan vivir en armonía con su entorno y su cultura sea preservada para las generaciones venideras.
En este momento, me siento agradecida por haber sido parte de esta experiencia y motivada para continuar difundiendo su lucha y promoviendo un cambio positivo en nuestra institución. Porque, como bien dice el grafiti en la pared, la tierra es para quienes la trabajan y son estas comunidades indígenas las que llevan siglos cuidando y protegiendo nuestra madre tierra. Es hora de devolverles lo que les pertenece, su hogar, su tierra y su dignidad.








